Bienvenida

Este es un espacio para encontrarnos y compartir. Claro que sería mucho mejor que nos pudiéramos sentar a charlar y conocernos, pero bueno, esta es también una forma de poder llegar a todos los que tengan ganas de saber algo más sobre lo que escribo y algunas otras cosas… Como por ejemplo: si estoy trabajando en algo nuevo, quién hace los maravillosos dibujos que ilustran los textos, por dónde anduve, si visité alguna escuela o algún liceo o viajé por el interior del país. En fin, esta es otra forma de comunicación. Para alguien a quien siempre le gustó navegar desde chica esta es una buena oportunidad, claro que yo nací en el siglo pasado y esto de navegar por el espacio cibernético me da un poco de vértigo, pero bueno, al final me animé, así que si tenés ganas, te invito a que naveguemos juntos.

HV

Posdata: tengo una duda: ¿para navegar por el cíber espacio se necesita llevar salvavidas? ¡Uy! ¡Ahora que me acuerdo sé nadar!

domingo, 9 de octubre de 2011

SÚPER POCHA CONTRA LA NIEBLA TENEBROSA


    Una inmensa nube negra cubre el cielo de la ciudad pero como es de noche nadie lo nota. Monumentos, tamboriles, redoblantes y otros símbolos nacionales desaparecen misteriosamente engullidos por la tenebrosa niebla con aroma a nuevo. Nuestros dos superhéroes deberán luchar para detener el avance de la niebla antes de que no queden rastros de nuestra identidad cultural. Para ello junto con el excomisario Fagúndez y el grupo de ayuda PA (Perros Anónimos) seguirán las pistas de un enigmático manicero de carrito con chimenea roja. ¿Qué supervillano se esconde detrás de la niebla?  ¿Cuáles son sus malvados planes? ¿A cuánto venden el cucurucho? Todas estás interrogantes y muchas más se pueden responder leyendo las páginas de esta nueva historia de nuestra superheroína y su fiel compañero canino.
 
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lunes, 4 de julio de 2011

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El diario olvidado de un Cazaventura

El tío Benjamín encuentra en el sótano de su casa el diario de un antepasado, Patricio Cazaventura. El muchacho comenzó a escribirlo a sus veinte años, en 1811. Allí narra cómo se vio obligado a dejar de ser un señorito de ciudad, dedicado a estudiar, para convertirse en un hombre de campo, al tener que hacerse cargo de la estancia de su familia. En su nueva vida conocerá el amor de una chica muy especial, y amigos con los que vivirá experiencias que nunca imaginó le darán otra visión del mundo. Comprenderá también las difíciles decisiones que José Artigas tuvo que tomar en aquellos conflictivos tiempos

sábado, 14 de mayo de 2011

Adelanto de "En mi escuela pasan cosas raras... y otros cuentos"

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1. En mi escuela pasan cosas raras (suspenso)

No sé si a ustedes les habrá pasado alguna vez lo que me ocurre a mí. Esto es casi un secreto. Yo creo que en mi escuela pasan cosas raras. Algunos me pueden decir: “No te sucede nada raro, son cosas que pasan siempre en las escuelas”. Sin embargo, ¿qué quieren que les diga? A mí me preocupa y no tengo con quién compartirlo, porque en esta escuela, y perdónenme si soy insistente, pasan cosas raras.
Todo comenzó más precisamente el primer día de clase.
¡Una mañana soleada, con un cielo diáfano y sin una sola nube! —según exclamó a todo pulmón la directora en el patio, porque nadie había podido hacer funcionar el equipo de audio.
Yo era nuevo y, claro, se me notaba: estaba impecable. No es por nada, pero tenía una pinta bárbara y modestamente yo lo sabía.
Esa mañana —la recuerdo como si fuera hoy— fue la primera vez que pasó algo raro. En primer lugar, nunca había visto tanta cantidad de niños juntos y eso me aterró un poco, no voy a negarlo. En segundo lugar, sentía que estaba solo y que nadie me quería mirar; era como si fuera la libreta de los deberes: tenía la sensación de que me evitaban.
No soy un perseguido, si es lo que están pensando. No. Era en serio: no me miraban, no me hablaban, me ignoraban. Directamente no existía.
Yo sabía que era nuevo y que eso no es fácil para nadie; entonces sucedió: alguien se me acercó y me tocó.
Fue un poco extraño. Yo no estaba preparado; quiero decir, no sabía que iba a ser en ese momento, y de pronto todos quedaron contemplándome como si yo fuera el único de la clase.
Tengo que aclarar que me observaron sobre todo porque empecé a reírme. Es que me dieron cosquillas. No cosquillas así nomás, no; me dieron cosquillas de las que te hacen reír como una cacatúa con hipo, que en realidad no sé muy bien cómo se ríen porque nunca conocí a ninguna cacatúa con hipo.
La maestra se levantó los lentes. Dicho sea de paso, tenía lentes, unos lentes muy lindos con forma de avispa y un collar largo de piedritas rosadas del cual colgaban para que no se le perdieran. Bueno, pero eso son detalles. La maestra de ojos oscuros y penetrantes preguntó:
—¿Quién se rió? A ver, ¿a quién le causa tanta gracia que mi nombre sea Petronilda?
Las miradas de todos se fijaron en cosas importantes, como las ventanas, las baldosas, las uñas, los cordones de los zapatos, las gomitas de pelo, las cartucheras. Después vino una seguidilla de toses. En fin, ninguno quería mirarla. Por eso ella los escudriñó por encima de los lentes y luego hizo de cuenta que no había pasado nada y siguió con el apellido, que por cierto era largo como un apellido largo.
Yo no lo pude evitar y, como me volvieron las cosquillas, me reí de nuevo. La maestra se bajó los lentes, me miró, después se los levantó y se los acomodó otra vez. Me di cuenta de que aquello no era nada bueno y que se venía un momento difícil; estaba punto de hacer explosión. Inesperadamente alguien golpeó y el pomo de la puerta giró como en cámara lenta deteniendo las palabras que seguramente iban a salir de la boca de la maestra, y lo afirmo porque justo tenía la boca abierta.
—¡Muy buenos días!
—¡Buenos días! —repitieron todos a coro.
—Permiso, maestra —y la directora sonrió, lo que fue aprovechado por la maestra para cerrar la boca y devolverle la sonrisa—. Yo quería conocerlos y presentarme formalmente. Soy Teresita, la directora, y quiero darles la bienvenida al aula. Voy a ser muy breve porque tengo otras clases que visitar…
La maestra puso cara de alivio y se dedicó a escucharla y a observar a los alumnos que a partir de ese día vería durante meses. Todo iba bárbaro, la directora era macanuda, hizo un par de chistes a cerca del patio y del micrófono que no funcionó, y casi al final de su charla se me acercó, tomó una tiza y dijo:
—Lo voy a resumir en una sola palabra —y escribió en cursiva con esa letra linda y única que tienen las maestras y las directoras—: Bienvenidos.
No pude aguantar y empecé a reírme como loco; las cosquillas se me hicieron insoportables y largué la carcajada. La directora miró a la maestra y la maestra de inmediato exclamó:
—¡Yo no fui!
—¿Quién fue? —se enojó la directora, que sería macanuda pero no le gustaba que se le rieran en la cara.
De pronto uno que estaba en el fondo, y que tenía el pelo casi tapándole un ojo y carita de bueno, hizo un gesto poco frecuente, sobre todo en el primer día de clase: levantó la mano.
—A ver, usted, el del fondo. ¿Usted fue el que se rió a carcajadas? ¿Podemos compartir el chiste? —preguntó la directora un poquito inquieta, por no decir enojada como un chivo.
—Yo lo que quiero decir —tragó saliva el flaquito —es que me parece que…
—¿Qué m’hijito? ¡Hable de una vez! —lo apuró la maestra.
—Me parece que… —balbuceó el niño y mentalmente se preguntó como dos mil ochocientas cuarenta nueve veces por qué había levantado la mano y no se había callado la boca.
—No tenemos toda la mañana, ¿me puede decir qué es lo que le parece? —juntó presión la directora.
—Me parece que en esta escuela… pasan cosas raras —concluyó finalmente el flaquito del fondo.
La directora miró a la maestra y la maestra miró a la directora: no entendían qué había querido decir el niño, por eso le pidieron una explicación:
—No sabemos a qué se refiere con raras. ¿Me podría explicar, mi querido, a qué se refiere? —se exasperó la directora.
—¿Fue usted el que se burló y se rió mientras nosotras escribíamos? —quiso saber la maestra.
—No, yo no fui. Fue el pizarrón —y me apuntó con un dedo.
Entonces todos le clavaron los ojos al flaquito como si fuera un extraterrestre sin nave sentado en el banco de la escuela.
Desubicado como dulce de leche en refuerzo de mortadela. Eso fue lo que pensó la directora, claro que no lo dijo.
—¿Usted qué desayunó? —se preocupó la maestra.
Yo ya me había calmado y no quise aclarar nada, por las dudas, aunque el niño del fondo me cayó simpático de entrada. Por eso, insisto, en esta escuela pasan cosas raras, como esta, por ejemplo: descubrir en mi primer día que soy un pizarrón alérgico a la tiza.
Ahora que ya van dos semanas de clase y estoy un poquito más usado, y que me escriben números y hacen cuentas, y que me borran y me vuelven a escribir, estoy un poco más acostumbrado, pero de todas formas a veces me dan cosquillas o estornudos. Sin embargo, no es porque sea un pizarrón nuevo, yo me considero un pizarrón normal; para mí que lo ocurre es que en esta escuela pasan cosas raras.
Y ahora los dejo porque me van a escribir los deberes y ya me están dando ganas de estornudar.

miércoles, 6 de abril de 2011

NUEVO LIBRO: EN MI ESCUELA PASAN COSAS RARAS... Y OTROS CUENTOS


     En este libro vas a encontrar una cantidad de cuentos extraños. Hay de todo un poco, una clase de canto, una visita a la rural, una escuela que cuando llueve se transforma, la visita de una inspectora, algunos poemas, una intriga casi policial, por la desaparición de una merienda y la clásica: fiesta de fin de año. Todo esto sucede en escuelas y colegios de la ciudad y del medio rural. Algunas historias me las susurraron los pizarrones y los patios, otras me las contaron los maestros y los niños y algunas…las viví yo, porque claro yo también fui a una escuela. Y en mi escuela…también pasaban cosas raras.

Ediciones de la Comarca
















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lunes, 27 de diciembre de 2010

Vandalia (¡¡¡Nuevo libro!!!)

La Tierra ha sobrevivido a una serie de catástrofes climáticas y ambientales. Miles de semillas han desaparecido, y la rara enfermedad del olvido ha asolado a los humanos haciéndolos perder, según los sabios y chamanes, su espíritu o fuego sagrado. Vandalia una nave especial y su tripulación serán los encargados de cruzar el Universo recuperando simientes y buscando los antídotos contra  las secuelas de la enfermedad, que probablemente se encuentren en alguno de los peligrosos mundos perdidos.

Vandalia, la nave de los mundos perdidos (Capítulo 1)

1

Ya no soy joven, al menos no en términos terrestres. Tengo unos cinco mil años, aunque modestamente apenas aparento unos cuatro mil quinientos, y este es mi último viaje. Estoy cansada; el recorrer mundos lejanos durante casi un año ha desgastado mis engranajes, mis turbinas y, lo que es peor, siento que por momentos me fallan las brújulas y que no puedo interpretar claramente las cartas estelares como antes. Pero de todas formas, tengo una misión y debo cumplirla; al fin y al cabo para eso fui creada… Luego vendrán los tiempos de desensamblarme y dejarme reposar para convertirme en algo diferente, para llevar una existencia distinta, más apacible, aunque debo reconocer que voy a extrañar los viajes siderales.
Mi verdadera misión es secreta, aunque intuyo —porque mis sensores están intactos y mis circuitos de emociones funcionan perfectamente— que la tripulación sospecha algo.
Son las mil quinientas horas y por fortuna tengo colocado el control de navegación automática, lo cual significa que puedo detenerme a guardar esta información sin que nadie sospeche que lo hago. A veces, contemplando la inmensidad del espacio, recuerdo cuando todo esto comenzó, cuando el planeta azul y verde en donde fui creada empezó a dar muestras de un colapso inminente.
No puedo decir que en el fondo ello no me causara cierto beneficio. Después de todo, si no fuera por esa crisis global yo no habría sido armada, al menos no con estos fines, y mis habilidades quizás estuviesen repartidas en una licuadora de protones, o en una trituradora de desechos nucleares, o en una aspiradora de partículas estelares, o —lo que sería mucho peor— podría haber terminado en una cantidad enorme de microchips con forma de abejita como sonajeros para bebés.
En resumidas cuentas, que toda la tecnología de los antiguos sabios y los más nuevos pensadores se haya puesto al servicio de la humanidad me favoreció bastante, y entonces fui dotada de los mayores avances y la más innovadora de todas las invenciones: el pensamiento emocional gradual. Es cierto que no soy más que una nave y que dentro de mis circuitos funcionan y viajan los pensamientos de los que me crearon, pero de todas formas, gozar de este privilegio tiene un objetivo: recuperar a la raza humana. Esa misión me hace sentir diferente aunque solamente sea una nave y se me conozca con el nombre de Vandalia, la nave de los mundos perdidos.